Envejecer siendo mujer Reflexiones de un nieto urbanista

Urbanas Mx
6 min readMar 18, 2021

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Por: Misael Hernández

Soy nieto de mujeres trabajadoras, amorosas, fuertes, fiesteras y bailadoras, crecí viéndolas ir y venir, entre muchas otras labores, para trabajar, mi abuela paterna llamada Julia quien falleció a los 73 años de edad, cargaba cajas con mercancías que transportaba al pueblo para surtir su tienda, mientras mi abuela materna, Antolina de 80 años, ha trabajado hasta que la pandemia le impidió continuar con la venta de dulces a las afueras de una escuela primaria, ambas con gran orgullo y cariño por su trabajo, incansables, caminando por las calles, desplazándose en transporte público, con sus trayectos bien definidos en actividades de comercio aprendidas de sus madres y quizá estas también las aprendieron de las suyas como parte de sus actividades “femeninas” entre las que están los cuidados y las labores domésticas.

A lo largo de mi vida, he visto y escuchado a mis abuelas, las acompañé en algún momento a cobrar, a dejar alguna venta o a traer mercancías, labores que se entrecruzaban con las de abasto y cuidados, como ir al mercado, preparar la comida, cuidar de algunos primos y de mis tíos… sin olvidar las anécdotas que se contaban en esos andares; recuerdo a mi abuela Julia narrar que siendo niña fue con sus padres a la ciudad de Atlixco y escuchó como “de una cajita salía música”, se trataba de un radio, aparato desconocido para ella, era. algo nuevo y casi mágico.

Mi abuelita Antolina, por su parte, cuenta con orgullo como construyó su casa para escapar del maltrato de su esposo, ha sido a partir de estas experiencias y de la convivencia con otras personas viejas en interacciones cotidianas. o en los trabajos de campo realizados a lo largo de mis estudios universitarios (de los que se retoman dos fragmentos de entrevistas), que decidí enfocar mis esfuerzos para trabajar el tema de vejez y ciudad desde una vertiente que me ha permitido ir reconociendo la acumulación de desventajas. y potencialidades que supone envejecer siendo mujer.

Pensar la vejez desde una perspectiva temporal y espacial, implica reconocer que ser vieja o viejo forma parte de procesos que por sí mismos requieren de la atención necesaria para visibilizar las violencias, los espacios simbólicamente relevantes, los excluyentes y la red de territorios que se tejen entre actividades laborales, de cuidado familiar, abasto, salud y tiempo libre en caso de que lo hubiera.

Definir y tratar a las personas únicamente por su edad es “edadismo”, discriminatorio en la medida en que prejuicia e impide reconocer todos los aspectos que componen las subjetividades, mientras las palabras que se utilizan para referir a una persona que tiene o parece tener cierta edad son: tercera edad, adulto mayor o lo que considero más pertinente: vieja/viejo, sin temor a lo que la palabra supone.

Lo anterior supone una clara reivindicación política, sobre todo para el caso de las mujeres, quienes mantienen una relación distinta con el proceso de envejecer al realizar una mayor cantidad de actividades laborales y domésticas con menores ingresos, pocas o nulas garantías laborales, exigencias sociales de belleza (vinculada con la juventud) y una serie de responsabilidades emocionales con respecto a la familia y a los entornos en los que se desenvuelve:

¿A qué se dedica? nada, a cuidar nietos (risas) ¿anteriormente tuvo otros trabajos? vendíamos comida, aquí precisamente en el zaguán (señala la entrada de la vecindad), con mi vecina de aquí arriba poníamos la estufa, unas mesas y vendíamos comida, llegó otra más fregona y nos quitó […] ella sigue vendiendo allá arriba, pero salen a repartir, entonces cuando se subió ella para allá arriba yo ya no pude, ora si que por los nietos (Susana).

A partir de lo mencionado, es importante aclara que nombrar a una persona vieja como abuela o abuelo, forma parte de las categorías que es importante recordar, son relacionales, es decir, se es abuela porque se tuvo hijos y éstos tuvieron hijos (biológicos o no), este ejemplo nos permite comprender que se heterosexualiza, homogeneiza y romantiza la vejez, invisivilizando las labores remuneradas o no remuneradas que esto conlleva, además de que no se puede pensar una vejez sin “otros”, pues, se parte de la premisa de dependencia emocional y económica.

Otro aspecto que es urgente nombrar es el de las vivencias en los ámbitos públicos y privados, en los que el transporte, el estado de las calles, las banquetas, las plazas y todo el “afuera” se convierten en lugares de riesgo, por la delincuencia que ve en las mujeres viejas un blanco fácil, sobre todo cuando han cobrado una pensión, porque se les dificulta trasladarse con el carrito del mandado o de la venta de dulces o alimentos (principales giros comerciales de las mujeres viejas) entre puestos ambulantes, baches, ante ausencia de rampas, entre otros muchos factores de accesibilidad o mejor dicho de inaccesibilidad.

En cuanto a las violencias domésticas, encontramos la explotación en la realización de quehaceres y cuidados, la falta de privacidad, la no consideración de sus opiniones con respecto a temas que atañen al resto de la familia o a ellas mismas, entre otras que pueden llegar a las agresiones físicas.

Me regaló mi hermana de tres días de nacida (una niña), todavía la tengo ¿es como su hija? mju… (sarcástica) la quería mucho, no te imaginas, pero tuvimos un problema muy grande y me aventó, dije, de aquí se acabó, todo se acabó, andaba morada de que me agarraba y me aventaba y como que me quería aventar al piso y dije: esta me va a patear y yo le quería pegar y no podía, es más alta que mi hija y está trabada, dije, con esto se acabó todo… fue hace como 3 meses (Rosita).

Desplazadas o violentadas desde sus entornos más privados y propios, que pueden ser públicos o privados, desde las personas más queridas, hasta las desconocidas que en su rápido andar esperan que nadie interfiera su paso, que la siguiente pasajera no tarde en subir o bajar del microbús o que no tarde en cruzar la calle ante los estridentes sonidos de claxon.

Las violencias que suponen los factores de edad y género aumentan ante el supuesto de que lo público es masculino y lo privado es femenino, cuando dicho binarismo está planteado desde la lógica patriarcal y se sustenta poco o nada con las prácticas de mujeres que han envejecido caminando, transportándose y significando la ciudad.

Adaptarse a una ciudad hecha por y para hombres jóvenes, implica desplazarse por calles que a las mujeres viejas la experiencia les ha hecho saber que son seguras y más fáciles de transitar, en horarios que permiten un mejor acceso y menores riesgos para sí mismas y para las nietas o nietos, en caso de ir acompañadas, con lo que se mantiene la lógica de cuidados que se extiende de lo privado a lo público, lo que nos aporta un argumento más para cuestionar al espacio privado como único lugar delas mujeres viejas.

Reconocer las desigualdades, desventajas, las violencias y las potencialidades de las mujeres viejas en los territorios urbanos, permite partir de la resignificación del proceso de envejecimiento, del reconocimiento de las mujeres que laboran, cuidan, aman y aportan a la dinámica sociocultural desde prácticas que deben ser retomadas como bandera de reivindicación política que se traduzcan en una vida libre de violencia, con la dignidad de envejecer sin tener como referencia un envejecimiento exitoso que supondría “aparentar menos edad” o verse “conservada” o la sentencia de deterioro y malestares, sino desde una valoración de la edad que se traduzca en exigencias por respeto, valoración de los trabajos, de las historias de vida y de lo que ello implica en la corporalidad y en las relaciones socioterritoriales que desde la empatía y los cuidados mutuos e intergeneracionales nos aportarán a la construcción de ciudades más equitativas.

Aportes: Citlalli Rivera, Sheila Espinosa y Mireille Granillo

Gráfica: Citlalli Rivera

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Colectivo de urbanismo con perspectiva de género. Difusión de experiencias, teoría y estrategias para la autogestión de proyectos urbanos. https://linktr.ee/urb

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