Mis tres hogares: La ciudad, el cuerpo y la mente

Urbanas Mx
6 min readApr 23, 2021

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Escrito por Mireille Granillo

¿La ciudad transforma los cuerpos? La respuesta es: Sí.

Estamos condicionades (sobre todo mujeres) al espacio, en muchos sentidos. He escuchado numerosas veces que “el diseño del espacio público no transforma las prácticas de la ciudad” pero, yo diría que en buena medida sí lo hace. El espacio es capaz de enviarnos mensajes: qué puedo y no hacer, cómo debo y no vestir, con quién debo y no ir, hasta qué puedo y no decir. Con esta premisa, los cuerpos femeninos se han asumido como territorios con potencial a ser invadidos. Nuestra percepción acerca de todo se convierte en un factor importante, incluso un factor político que, urgentemente debe ser transformada.

Algunas de las ciudades actuales muestran una falta de sensibilización y conexión con lo personal. La percepción de seguridad-inseguridad condiciona la vivencia pública de manera individualizada y para poder “garantizar” el disfrute se opta por la práctica colectiva y evitar “estar sola”.

A lo largo de la historia el cuerpo femenino ha sido asociado con lo íntimo, lo privado y se ha sexualizado. Incluso, se piensa que no es propio de nosotras mismas, sino de las figuras de poder. Por otro lado, se nos asignaba dar el placer y los cuidados a los otros y el cuidado hacia nosotras mismas era señalado y ligado con el egoísmo. Es evidente que no teníamos la posibilidad de conquistar otros horizontes más que los de nuestro hogar.

En esta época de pandemia, cuando algunos factores como la violencia familiar contra la mujer, la triple jornada invisibilizada, el encierro o incluso el Síndrome de Burnout (estado de agotamiento mental, emocional y físico; generalmente se da en el ámbito laboral y en su mayoría afecta más a las mujeres) intentan rebasar y absorber lo ganado con anterioridad por las luchas feministas, el espacio público, me da la impresión de que, aparece como elemento que cumple el rol de sanar al cuerpo femenino y transmutarlo desde la esfera pública a través del amor propio y el auto cuidado. Ahora, la ciudad reclama ser femenina y exige alojar a la nueva esfera reproductiva.

El cuerpo como vehículo para la realización

Hace un año planeaba comenzar a impartir clases de Yoga y meditación en Los Viveros de Coyoacán de mi querida Ciudad de México. Lo más emocionante (para mí) era que planeaba una experiencia idílica al aire libre; rodeados de árboles, cantos de aves y arriba, el azul del cielo. De manera tan poética yo lo decretaba… Pero también reparaba en si los asistentes lo percibirían igual que yo y si entrarían en un profundo estado de consciencia. Fue imposible saberlo ya que ese mismo día se anunció que empezábamos un ciclo de encierro por cuarentena.

En mi experiencia con la disciplina del Yoga, me he dado cuenta de que es una práctica que requiere mucha concentración, enfoque y también una intención nata de conexión espiritual y la conexión con el entorno. Para entender el principio básico del Yoga es fundamental hablar de tres conceptos; Moksha, Kundalini y Samadhi. La primera habla sobre alcanzar la liberación del sufrimiento. La segunda se trata de una energía que se visualiza reposando en el sacro (base de la columna). Durante la práctica física, ésta puede despertar y ascender por la columna vertebral hasta activar un “interruptor” (glándula pineal) y alcanzar altos estados de conciencia, conocido como: Samadhi (The Zone: La Zona o Flujo).

Es importante tener en cuenta que el Samadhi no puede experimentarse mientras no se haya creado una condición de vacío mental, es decir, la práctica controlada sobre la audición del sonido interior. Esta quietud mental la proporciona, en gran medida, el movimiento físico y el control de la energía a través de la respiración. Significa preparar el templo sagrado (cuerpo) a través de técnicas para alcanzar el estado máximo de conciencia, la sanación y hacerse una con el todo. El cuerpo no se encuentra disociado de la mente ni del espíritu. Está conectado incluso a su espacio externo (la ciudad); son uno mismo.

He reflexionado sobre la importancia de las prácticas corporales como el Yoga en los espacios públicos actuales. El movimiento corporal es un lenguaje que nos permite empoderarnos y emanciparnos. Nos permite transformar, no sólo el cuerpo; el espacio y hasta el propio sistema heteronormativo por el cual nos seguimos rigiendo, en tal o cual medida. Estas formas de apropiación individual-colectiva muestran este lado desconocido del cuerpo. Lo íntimo siendo público.

El auto-cuidado y la calle como espacio meditativo

Hoy en día, después de más de un año de pandemia, el cuerpo comienza a darnos otras respuestas. Hemos descubierto que no sólo existe el virus por COVID-19 sino que se comienza a propagar rápidamente la fatiga crónica, el desgano y el cansancio de los días a través de diversos padecimientos por estrés. En este juego están implícitas las emociones. Estas representan una parte importante de nuestro cuerpo y saber gestionarlas implica un trabajo intrapersonal, pero también sanar la relación con los espacios que habitamos, se vuelve un factor decisivo.

Además del Yoga, existen diversas técnicas de gestión emocional que nos permiten regularnos para asimilar mejor la acumulación de trabajo y el encierro. Una de ellas es la caminata reflexiva. Esta consiste en dar pasos mientras se intenta concientizar la acción; es decir, se debe poner enfoque en todo lo que está pasando en nuestro cuerpo mientras caminamos. ¿Dónde más podríamos caminar sino en la ciudad?, aquel ente que nos brinda la oportunidad de recorrer largos trayectos de manera prolongada y sin pausas.

No obstante, cuando se intenta llevar a cabo técnicas como estas, suele ser complejo controlar ciertas cosas respecto al diseño de los espacios; obstáculos urbanos, banquetas reducidas, espacios residuales, preferencia de autos privados que peatones, “ciclovías embrujadas” (o más bien, la falta de definición de espacios y elementos urbanos), entre otras insensibilidades en la planeación de los espacios públicos.

En los ya conocidos “paseos dominicales” en Reforma, estas prácticas físicas es común encontrarlas como parte de una forma de esparcimiento urbano, activación física y hasta de catarsis emocional. Realizados una vez a la semana durante 5 horas aproximadamente y autorizado y vigilado por las autoridades. Sin embargo, el ritmo de la vida en la ciudad demanda más espacios, horarios más extensos y espacios que sean seguros. ¿Cómo podemos crear lazos espirituales con la ciudad, para dar valor a nuestros “cuerpos subjetivados” cuando existe una percepción de que el cuerpo femenino es una “invitación” a ser invadido?

¿Es posible implementar nuevas propuestas urbanas que tomen en serio las actividades de auto cuidado para la mujer? De nuevo, la respuesta es: Sí.

A pesar de que las cargas culturales, históricas y sociales han ejercido modelos que han provocado heridas hacia lo femenino y han restado valor a lo subjetivo-colectivo, es nuestra tarea de reivindicar nuestro derecho al cuidado propio. El Yoga puede ayudar a esta hazaña. Se trata de una práctica mental y corporal que suele manejar una energía femenina para expresar la creatividad para el desarrollo personal y vital de las mujeres a través del reconocimiento y la importancia del amor propio.

El espacio público sale a la defensa de nuestros derechos y nos pide tomar los parques, las calles, plazoletas y plazas públicas, para el auto cuidado y auto amor a través de las prácticas corporales, porque los cuidados y las actividades reproductivas importan y nos ayudan a crear lazos espirituales con el lado más antinatural de la tierra; las ciudades, para transformarlas en entes más humanos; más sensibles.

Arte gráfico: Citlalli Rivera
Aportes: Sheila Espinosa y Citlalli Rivera

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Colectivo de urbanismo con perspectiva de género. Difusión de experiencias, teoría y estrategias para la autogestión de proyectos urbanos. https://linktr.ee/urb

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